lunes, 4 de abril de 2011

Con dignidad y alegría.

Las horas de espera se me hicieron eternas, el tren que me iba a llevar a donde iba a ser otro tipo de vida distinta para mí, no parecía llegar nunca, pero al fin, casi dos horas después, apareció. Fue un trayecto agradable y tenso, de alguna manera no sabía con certeza a lo que me enfrentaba, pero como dejaba atrás lo que no me gustaba, de alguna forma me sentía feliz.
Casi seis horas más tarde y ya no recuerdo si fueron cinco ó seis paradas, llegué a mi destino, no había nadie esperándome, eso ya lo sabía, puesto que tampoco conocía a nadie en ese pueblo.
Arrastrando la pequeña maleta que llevaba y con la mochila al hombro, empecé a investigar como era el lugar que en el que había decidido instalarme. En principio, no vi demasiada gente, algunos paseantes y otros mirando escaparates. Me dirigí a la primera cafetería que encontré abierta, necesitaba un trabajo y algún lugar para pernoctar.
Después de un trozo de tarta y un café, empecé a encontrarme un poco más animada, me dediqué a hablar con la empleada del lugar, era más o menos de mi edad y empatamos pronto. Me solucionó el tema de donde quedarme, cerca de allí, una pequeña pensión regentada por una conocida suya, me la presentó y me gustó la mujer.
Yo, aunque ustedes hayan imaginado lo contrario, soy bastante mayor, no es usual a mi edad tomar este tipo de decisiones, pero cuando lo hice, pensé que más valía tarde que no hacerlo y quería vivir el tiempo que me quede, que espero sea mucho, con dignidad y alegría. En el lugar en donde me encuentro, creo que lo voy a conseguir.

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