sábado, 26 de marzo de 2011

Las luciérnagas.



                  Me encantaban las veredas como aquella, aunque nunca había paseado por ella, era tan atractiva, que me decidí a explorarla. Parecía un atajo hacia el próximo pueblo, pues me pareció que esa era la dirección que llevaba, pero dos horas después ya no lo tenía tan claro, porque no había indicios de que la ruta acabara.
                        A pesar de todo, seguí caminando media hora más y cuando ya vi que se me echaba la noche encima, fue cuando realmente empecé a preocuparme, porque no iba preparada para pasarla a la intemperie. Como no tenía otra opción y no me podía quedar sentada, seguí el trayecto con la esperanza de encontrar a alguien o al menos una desviación hacia alguna parte. Pero en breve, la oscuridad se hizo en toda la zona del bosque, decidí sentarme apoyada en un árbol en espera de la madrugada. Me despertó una suave luz que en principio no identifiqué, al poco empecé a darme cuenta de que las luciérnagas habían hecho su aparición, encendiendo todo como luces de navidad.
                          Iluminaron el atajo y de esa forma, no me costó demasiado encontrar la dirección hacia el pueblo, que no quedaba lejos, ellas me ayudaron en esta ocasión.
                        

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