miércoles, 26 de enero de 2011

UN MARIDO MÁS.

                       Mis amigas me llamaban la preisler, así, con minúsculas, se reían de mí porque me había casado casi más veces que ella. Bueno, ellas lo hacían con cariño y un poco por las risas, pero no dejo de reconocer que tenían parte de razón, porque la vida que había llevado, en lo que se refiere a matrimonios, le ganaba. Hoy en día, que ya era bastante mayorcita y que iba a contraer matrimonio por cuarta vez, rememoraba mis andanzas pasadas y no hubiera cambiado nada de lo vivido, pero si me hubiera gustado a lo mejor tener un hijo, en su momento me negué rotundamente porque no estaba preparada, pero ahora, pensándolo fríamente, a lo mejor no hubiera sido tan mala idea. Pero lo que hice en aquel momento, estuvo bien, así, que fuera lamentaciones.
                       Preparaba mi cuarta entrada en el altar, no voy a decir que con la misma ilusión que la primera vez, pero si bastante contenta, porque este marido era muy diferente a los otros y no se por que pensaba que era el definitivo. Si lo era o lo dejaba de ser, me importaba poco, realmente, cuando se me acababa la ilusión por el hombre con el que estaba compartiendo cama, no iba a seguir con él, eso lo tenía claro.
                       Diferencias con los otros, quizá su juventud. Mis otros maridos, eran mayores que yo, este era quince años más joven, divertido y simpático. No se si daría la talla, el tiempo lo diría.
                         En fin, que lo que realmente esperaba de este matrimonio, no era mucho, más bien era nada. Cuando uno no espera nada, puede conseguir, realmente bastante.

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