sábado, 20 de julio de 2013

Viento y sal.

                                           El viejo se sentó después de varios infructuosos intentos, en un banco del paseo. Respiraba con la dificultad propia de años y años haciendo lo mismo, varios minutos mas tarde, su respiración se había normalizado y despaciosamente sacó la bolsa de pan duro que llevaba consigo. 
                  Algunas  palomas ya revoloteaban a su alrededor, tropezaban entre ellas para ocupar un lugar privilegiado en la repartición de comida. Pero el viejo actuaba con parsimonia y algunas más jóvenes y precipitadas se marcharon, aburridas de la espera. 
                        Vivía enfrente de la playa, su playa de Las Canteras en la que se crió de chico y a la que amaba. Al levantarse por la mañana, lo primero que hacía era abrir la ventana y respirar, llenarse los pulmones del olor a sal. El salitre a esas horas casi de madrugada, llegaba fresco de viento y de mar.
                        Después tomaba el café hecho en su cafetera al fuego, sus hijos le regalaron en las Navidades anteriores una eléctrica, decían que a sus años esa era mas cómoda y menos peligrosa. Pero él siguió usando la antigua, fue a la ferretería de su barrio y compró una goma nueva. El café le sabía mejor así, cargado de recuerdos.
                         Logró sacar la bolsa de pan y haciéndolos trocitos los fue tirando al suelo lo más lejos que pudo. Las palomas enloquecieron y comieron felices su desayuno. El viejo sintió la felicidad del que comparte, aunque sea solo pan duro.















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