Regalos de Navidad.

                                        Como hacía todos los primeros de Enero de cada año, mi madre subía al altillo, decía que iba a arreglar y limpiar, pero no llevaba trapos ni bajaba con desechos viejos, solo le notaba la cara arrebolada y nerviosa. Cuando cumplí ocho años ya era un chico con recursos y ese día decidí que cuando anocheciera subiría. 

                                       Fue lo que hice, cuando mis padres y mis dos hermanas se acostaron y pasó un tiempo prudencial, me levanté y con tiento y descalzo, subí la escalera. La casa era antigua y algunos escalones crujían al pisarlos pero sabía cuales eran, tenía todo controlado. Empujé la puerta de madera antigua y entré en el trastero, llevaba una linterna pequeña, no quería encender la luz por si se daban cuenta. 

                                         Como en todos los trasteros, se acumulaban multitud de objetos, cajas y muebles, paseé entre ellos buscando algo que no sabía que era. Una lampara de techo me golpeó en la cabeza y probé a encenderla, la luz era muy fuerte y la apagué. Con mi linterna intenté descubrir  el detalle en donde notaría que mi madre había estado hurgando. Todo tenía polvo y algunas telarañas campaban a sus anchas, todo menos el ropero del fondo. 

                                            Lo abrí sin dificultad, la llave no estaba echada y lo que vi fue la sorpresa más grande que me he llevado nunca, multitud de paquetes envueltos en papel de regalo ocupaban las estanterías. Pasé la mano por alguno de ellos y al oir un ruido, cerré la puerta de nuevo. 

                                               Mi madre estaba en la puerta de entrada del altillo, con suavidad me tomó del brazo y me llevó de nuevo a la cama, después de arroparme con cariño, salió de la habitación. 

                                              Al día siguiente ya me había olvidado de la noche pasada, me levanté con rapidez para ver mis regalos de Reyes. 

                                                 Con mis padres al lado, empecé a desenvolver, cuando vi los paquetes me di cuenta que eran los mismos que había visto en el ropero del trastero, miré a mi madre y ella, con una sonrisa, me guiñó un ojo.

                                                 Ese día, supe que había ganado algo...y perdido algo.