domingo, 7 de agosto de 2011

La estatuilla.

                                    Auténtica fascinación era la que me tenía pegada al cristal del escaparate. El vaho de mi respiración, hacía que por momentos desapareciera la figura que estaba mirando, lo limpié con la manga de mi jersey y proseguí durante un rato más en la misma posición. Pensé que tenía que ser mía.
                              Empujé la puerta despacio, se escucho el sonido musical de unas campanillas. Supuse que el dueño era el señor que se encontraba tras el mostrador; grueso y de pequeña estatura, me miró extrañado, no era normal que gente joven acudiera a su tienda. Temblando a causa de la emoción, le pregunté el precio. Una sonrisa amable, se extendió por su cara, cuando me lo dijo, estoy segura  que empalidecí, pues al instante me preguntó si me encontraba bien. 
                             Intenté ser sincera, le conté mi precaria economía y vi en sus profundos ojos negros,  entendimiento. Con su expresión me ayudaba a seguir y  seguí hablándole de mi vida, asentía de vez en cuando con leves movimientos de cabeza, al acabar mi relato, supe que había comprendido todo lo que le dije.
                                     La tarde iba cayendo, en la tienda se cernía una oscuridad densa y sofocante. El dueño se acercó a una puertecilla del fondo y encendió la luz, después se dirigió a la puerta de entrada y la abrió para dejar que pasara el aire. Cuando empezó a hablar, me di cuenta de que era buen conversador, se notaba acostumbrado a la charla. Quiso solucionar mi dilema, un mes ayudando en su tienda sería suficiente para que me pagara con la pequeña estatuilla. Accedí con rapidez a su oferta, empezaría al siguiente día.
                                          Un mes más tarde, salía de la tienda con mi tesoro en la mano. La miraba una y otra vez acariciándola como si se tratara de un ser animado.  Con rapidez, me dirigí a mi casa, deseaba enseñar a todos lo que había conseguido. Al dar la vuelta a una esquina, tropecé con una persona. La estatuilla cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

                                    

                              

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