sábado, 29 de enero de 2011

SIMPLEMENTE, VIVIR.


     Al dirigirnos de aquella manera tan sugestiva a lo alto de la montaña, en aquella tarde en que se perfilaba el oscuro del anochecer, me sentí la persona más feliz del mundo. 
                    Tres días más tarde, recordando aquellos pensamientos, nunca imaginé, que la sensación que había tenido tan poco tiempo antes, ahora formaba parte del pasado. En aquellas maravillosas fiestas y víctima de un absurdo accidente, había perdido a mi mejor amiga, sabía que mi vida ya no sería la misma, que yo, ya no sería jamás igual.
                      Y  así fue. Cambié de tal forma, que en ocasiones mi familia decía no reconocerme. De ser una persona alegre y dinámica, me convertí en un ser introvertido y triste. A veces pensaba que era normal y que pasaba un luto lógico, me decían que tenía una depresión y que debería buscar ayuda, yo no sabía muy bien a que atenerme y luchaba contra la propia vida que me arrebató uno de los seres que más quería.
                       En medio de todo esto, me surgió por mi trabajo irnos de acampada con un grupo de profesores, no se me apetecía demasiado, pero al final me convencieron y  fui. 
                            En la intimidad de los días que estuvimos juntos, mi mente y mi espíritu de alguna manera se abrieron al mundo, conocí personas maravillosas que si bien no iban a suplir la pérdida, si me demostraron que vale la pena simplemente, vivir.
                         

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