sábado, 30 de julio de 2011

Mi lámpara.

          Apagué la pequeña lámpara de la mesita, al darme cuenta de que había amanecido, un tenue rayo de sol se dejaba entrever por entre las plantas del jardín. Aún era temprano, pero serviría para alumbrarme mientras terminaba de escribir. Llevaba un rato más frente al ordenador a punto de acabar el trabajo, cuando de repente, la lámpara se encendió de nuevo. Retiré las manos del teclado mientras apoyaba la espalda en la silla. 
              La miré con asombro, y la volví a apagar. Pero en una muda protesta, se resistió, por más que le di al interruptor, seguía encendida. Al principio pensé en desenchufarla, después, como si ella y yo fuéramos una, la comprendí. 
                  Compré la pequeña lámpara con mi primer sueldo. En sucesivas mudanzas, siempre la había llevado conmigo. De todos los muebles, era el que más quería. Como acostumbraba a escribir de noche, ella compartía esos momentos conmigo. Ahora, protestaba por quitarla de en medio aún siendo de noche.
                              Mi lámpara, simplemente, se había humanizado.                            


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