Como veíamos que la semana de vacaciones se nos iba a hacer corta, decidimos ampliarla dos más. Nos lo podíamos permitir, ese año el negocio nos había ido bien, después de tanto tiempo, por fin, tomamos la determinación de irnos de vacaciones. El lugar, era idílico, para no querer marcharnos nunca mas, así que las tres semanitas nos vendrían de perilla. Eran bungalows totalmente independientes, el próximo vecino quedaba tan lejos, que a simple vista no te enterabas, cabañas aisladas, fabricadas sobre unos pivotes, bajo los cuales pasaba el mar. El salón tenía en medio una mesita baja, de cristal transparente, parecía un cajón grande, al acercarnos, nos dimos cuenta que estaba firmemente asida al piso, se veía el fondo del mar con todas sus criaturas, una maravilla.
Llegamos un lunes, no había demasiada gente, según pasó la semana, se fue viendo más movimiento. El domingo por la tarde, el bullicio de los nuevos turistas, era evidente, cenamos en el restaurante del complejo, pues nos queríamos acostar pronto, ya que al día siguiente teníamos prevista una excursión.
Como al día siguiente mi marido no se encontró demasiado bien, me fui sola a la excursión, llegué tarde, casi oscureciendo. Él estaba todavía en la piscina, a su alrededor, tres ó cuatro chicas del hotel, monitoras y cantantes, las risas se oían desde fuera del recinto, no me acerqué, subí a mi habitación y me senté en la terraza a pensar.
Y, pensé, en que este idiota, se ha dejado embaucar por cuatro culos bien puestos y cuatro niñas que se ríen de sus boberías. Es verdad, que yo me había dejado ir en materia de arreglo físico y de conquista, se me había olvidado, pero todo se recupera, sólo es cuestión de ponerse en marcha.
Así que en primer lugar, me apunté en el gimnasio, pasé por peluquería y maquillaje, en donde hicieron de mí, una auténtica modelo de primera página de revista. El próximo paso, fueron las tiendas de la planta baja, sólo los privilegiados, podíamos acceder a ellas, pero yo, en este momento de mi vida, me lo podía permitir. Ropa de noche y de día, bañadores, zapatos, bolsos, ropa interior, perfume de alta gama, en fin, todo lo que se le ocurrió a la dependienta.
Una vez vestida, me miré al espejo, estaba para hacer volver la cabeza a cualquiera, el traje, rojo ceñido sin exagerar, taconazo del mismo color, un vermut en la mano derecha y en la izquierda un cigarrillo a medio consumir. Bajé a la piscina y me contoneé hasta llegar a donde estaba mi marido con las chicas del hotel, una frase tan simple como : cariño, ¿ vamos a cenar ?, dicha de manera ronroneante, hizo que las niñas salieran casi corriendo, él me miró como si no me conociera.
Sólo les diré que esa noche, cenamos en nuestra habitación.
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