martes, 9 de noviembre de 2010

EN AQUELLA IGLESIA

             El futuro de la iglesia no estaba claro, las paredes desconchadas, la humedad que se comía los rodapiés de las entradas,  ni siquiera el techo, de antiguas vigas de madera, se salvaba pues se veía carcomido por algunos sitios. Aún así, los fieles adoraban su iglesia, no porque fuera la única que tenían, pues un kilómetro más allá, estaba el pueblo más cercano, podían ir perfectamente allí, pero les gustaba la suya, les gustaba su párroco y el ambiente que emanaba de toda ella. Éste, era un hombre relativamente mayor, sobrepasaba los sesenta, pero los vecinos le decían que había hecho un pacto con el diablo, de tan joven que se conservaba. Él les daba la bendición, cuando oía esas palabras y seguía su camino impertérrito. Detrás de la iglesia estaba el cementerio o camposanto, como le gustaba llamarlo al cura. Lo tenía bien cuidado, limpio y siempre con flores en alguna tumba sin parientes. 
                     El párroco, llegó al pueblo hacía ya treinta años, era un muchachillo imberbe, recién terminada su carrera, venía un tanto asustado y preocupado de lo que encontraría, pero en cuanto lo conocieron, fue bien acogido por todos.  
                          Al poco tiempo de estar allí, conoció a Juana, una mujer recién enviudada, que se ofreció para ayudarle con las cosas de la iglesia. Y, así empezó la relación amorosa entre ambos, todo el pueblo lo sabía, todo el pueblo lo respetaba. Entendieron que había otras religiones que lo permitían,  la católica era extricta en esto y no estaban de acuerdo. Querían lo mejor para su párroco, querían que disfrutara de la vida al máximo.

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