martes, 23 de agosto de 2011

La señora de las flores.


                                     Miraba el escaparate tan absorta, que cuando me oyó cerrar la puerta tuvo un sobresalto. Llegaba a diario con su perro, se colocaba delante del cristal y pasaban las horas sin que se diese cuenta. A los pocos días empecé a saludarla, ella correspondía con entusiasmo y vuelta a mirar el escaparate. Entonces empecé a fijarme mejor en la extraña señora. Su pelo casi blanco se notaba cuidado, toda ella se veía limpia y acicalada. De sonrisa espontánea y fácil, no tenía reparo en demostrar que era feliz. 
                                  Un día, le ofrecí pasar a la tienda y sentarse, me lo agradeció con sorprendida amabilidad y aceptó. Así que estaba permanentemente en la floristería, una flor más entre tantas. 
                                      Al poco ya atendía a los clientes y un mes después me sentía capaz de dejarla sola unos minutos para ir a tomar un café. Nuestras conversaciones se hicieron incontables, me agradaba escuchar su suave tono de voz y aquella manera tan suya de demostrar el cariño que sentía por mí.
                                    Le fascinaban la orquídeas y un tipo de violetas blancas. Su planta favorita era el jazmín, las regaba con mimo y cuidado, poniendo en ello toda su sensibilidad.
                                   Cuando el primer día del mes de Mayo, el de las flores, no vino a la tienda, supe que no la vería más, que había ido a formar parte de las flores de otro jardín.

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