Las horas pasaban con la típica lentitud que siempre lo hacen cuando uno tiene prisa. Me enervaba el alma, los sentidos agobiados, el perdurar del tiempo seguía ahí, no había cálculo posible para el dolor que sentía en estos momentos, miré por enésima vez la ventana y por enésima vez, el paisaje me devolvió el guiño manifiesto de la nieve y los gruesos copos que empezaban a caer de nuevo.
Pensé en salir un rato, si me acercara al puente donde siempre quedábamos. Puede que se hubiera caído, que estuviera malherido por algún animal salvaje ó que sé yo, tantas cosas podrían haberle pasado. Eran ya las ocho de la noche, Jonás nunca llegaba tan tarde, lo más, las siete y media algún día, pero como algo raro.
Pensé en salir un rato, si me acercara al puente donde siempre quedábamos. Puede que se hubiera caído, que estuviera malherido por algún animal salvaje ó que sé yo, tantas cosas podrían haberle pasado. Eran ya las ocho de la noche, Jonás nunca llegaba tan tarde, lo más, las siete y media algún día, pero como algo raro.
Llamé al jefe de policía, era buen amigo desde muchos años atrás y coincidió conmigo. Dispuso una patrulla de búsqueda. Los vecinos que se fueron enterando, se sumaron a ellos. Los amigos de protección civil llegaron al rato, alertados por la policía, mientras más gente mejor.
A las cuatro de la mañana, exhausta y derrotada, decidí irme a casa a dormir un poco, me acompaño un grupo de amigos, se quedaron abajo, mientras yo subía a mi habitación.
El grito tan espantoso que dí, hizo que todos corrieran hacia mí, entraron en el dormitorio, en la cama, durmiendo, se encontraba Jonás, que no se había enterado de nada.
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