Comenzamos el trayecto a pie, cuando estábamos muy cansados nos sentamos en una parada de autobús y esperamos a que llegara. Eramos cinco amigos, todos los años, hacíamos un viaje en vacaciones, nos poníamos de acuerdo y viajábamos a alguna parte del mundo que nos era desconocida. Ese año, nos decidimos por un sitio tranquilo y cálido, distinto a lo que estábamos acostumbrados. Viajamos a una pequeña isla alejada de toda civilización, estaba bien comunicada, pero también mantenía esa virginidad que no es fácil de lograr, pero en esta ocasión habían conseguido que siguiera como hace muchos años. El autobús no tardó en llegar, subimos y comodamente sentados fuimos hasta el próximo pueblo. El trayecto era todo montaña arriba, no coincidimos en el camino con ningún otro coche, tampoco era hora, pues el atardecer se echaba encima, el paisaje, era desde luego sorprendente, sólo se veía una pequeña raya de sol ocultándose tras las montañas, perro el brillo que daba, era tan inusual, que obligaba a volver la vista para admirarlo.
Pasamos la noche en el pueblecito, a la mañana siguiente, cuando nos despertamos, nos sorprendió que todo era distinto. Si, distinto, el paisaje que recordábamos no existía, ni tampoco el camino por el que habíamos venido, ni siquiera las personas que nos atendieron la noche anterior parecían las mismas.
No comprendíamos nada, nos teníamos los unos a los otros, todos veíamos y sentíamos lo mismo, al menos eso hacía que no parecía que estuviéramos locos. Al poco nos explicaron que nos sucedía, las plantas que habíamos masticado por el camino, pues uno de los lugareños que encontramos nos dijo que podíamos hacerlo con total impunidad, eran de una especie derivada de la coca o algo parecido, o sea que nos habíamos drogado sin saberlo.
Lo pasamos muy bien en la isla, no tomamos nada que no tuviéramos certeza de lo que era, pues la experiencia no fue, que digamos, satisfactoria.
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