lunes, 19 de marzo de 2012

Su piel melocotón.

                                               Se miraba al espejo mientras recogía su pelo en una coleta. Yo, su madre, tras ella, admiraba su piel melocotón y la frescura de su rostro. Catorce años pensé, que pronto han pasado. 
                                     Cuando consideró terminado el arreglo, se volvió dándome un ligero empujón. No hubo disculpas ni siquiera una sonrisa, cogió la mochila de la entrada y sin mirar atrás, salió.
                                  Me senté ante la mesa de la cocina con una taza de café caliente. Mientras revolvía con lentitud  el azúcar del fondo, me dije una vez mas que tenía que cambiar actitudes en mi vida, que no podía seguir jugando al papel de madre abnegada y ansiosa de tres chiquillas adolescentes que me hacían la culpable de todos sus males.
                                    Tenía que volver atrás y recordar cuando fue la última vez que hice algo por mi misma. Pero no recordaba, quizá antes de que la naciera la mayor, o cuando previo al casarme, tomé unas clases de baile. No sé, no podía acordarme.
                                      Lo cierto es que ahora me veo metida en una rutina agotadora, con pequeñas esclavas a mi cargo que cada día exigen más sin dar nada a cambio.
                                         Sé que tengo que ser feliz, sonrío poco y cuando lo hago siento como una mueca en mi cara. Pero poco a poco sé que las cosas irán cambiando, que me ocuparé de mi propia vida como no lo he hecho antes.
                                           
                                          Mis hijas no pueden entender que yo tenga mi vida independiente de las suyas, que intente ser feliz a costa de lo que sea. Me da igual, estoy dando los pasos adecuados, dentro de poco dejaré que ellas busquen también su propio camino....









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