Cuando empezó la lucha entre ellas, fue una terrible noche de plenilunio. Las luciérnagas, se defendieron porque el hada de la muerte quería hacerse la dueña del lugar.
Hicieron una reunión de urgencia en donde acudieron todas en tropel, miles, millones de sus pequeñas figuras iluminadas se podían ver desde muy lejos. A las doce como se dijo, apareció la espectral silueta de la que temían, oscura y dañina, símbolo del mal.
Ni una voz, ni tan siquiera un suspiro se dejó sentir entre las que "daban luz," como las llamaban.
La perversa se acercó despacio, sonrisa ladeada y como siempre acompañada de sus más fieles: los cuervos. En lo alto de su cabeza la calavera que siempre llevaba consigo miraba con sus ojos ciegos.
La Luciérnaga Mayor empezó el debate que se preveía extenso, la suavidad de sus palabras se extendió por todo el bosque. Habló durante largo rato, exponiendo el sentir de su pueblo. La otra, la escuchaba en silencio, inanimada.
Al acabar, se escuchó el tierno aplauso de todos los seres del bosque. Nadie, absolutamente nadie, acudió en su ayuda. Todos de parte de la bondad y el buen sentir.
La calavera se fue difuminando en la niebla, los cuervos volaron muy lejos, ella, con su prepotencia y vanidad, levantó la barbilla y viéndose abatida, se retiró en vuelta en una nube negra.
Una vez más, habían ganado las palabras.
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