Las tablas de madera del pequeño muelle frente a mi casa, estaban sueltas y algunas crujían al pasar sobre ellas. Ya sabía cuales eran, pues las conocía bien, ya que viví en la casa desde que nací. El sonido al caminar, era como estar en un patio familiar, íntimo y afectuoso.
Me levantaba temprano y en mi paseo, saltaba sobre ellas, a veces me confundía y de nuevo oía el crujido de alguna, avisándome del peligro. Hace años, el encargado me habló de arreglarlas pero ante su extrañeza, me negué en rotundo.
Los recuerdos de la infancia volvían de nuevo a mí cuando llegaba al final del muelle, niños saltando al agua en los veranos, los inviernos los pasábamos pescando toda la tarde.
Me senté en el borde, las piernas al aire, llevaba un leve traje de tiros, pronto amanecería y el calor sería agobiante. En pocos minutos, apareció un trocito de la bola amarilla, el horizonte se definió con su intensa luz, y supe que era hora de marchar a la casa del muelle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.