martes, 15 de noviembre de 2011

Cosas que pasan...

                                        Cuando nacieron mis hijos y por motivos diferentes, no pude dedicarme a ellos al cien por cien. Ni siquiera durante los nueve meses de embarazo sentí esas sensaciones de las que hablan otras madres y que refieren como estar en una nube ellas y sus barrigas. Tenía otras cosas más importantes en las que pensar y que arreglar en mi vida. 
                               Por suerte mis bebés nacieron sanos, dos chicos fuertes y gorditos que fueron una alegría inmensa para mí. Para su padre creo que también. Estuvo tres días celebrándolo, comenzó un día antes de que nacieran y acabó cuando los niños tuvieron dos días de vida. Cuando llegó a casa se los presenté. 
                                  Se le pasó la borrachera otro día más tarde o sea que cuando estuvo sobrio para verle la cara a mis hijos, estos ya habían cumplido los tres días de vida. 
                                  Siempre digo mis hijos y no nuestros hijos, porque no considero que sean suyos, cualquier otro hombre hubiera hecho mejor de padre que él.
                                 La suerte que tuvimos mis hijos y yo fue que, para empezar, yo tenía una carrera,  mi propio dinero y mi cuenta en el banco que manejaba sola y lo segundo fue que su padre aunque era un borracho y no traía dinero a casa porque todo se lo gastaba en copas  y máquinas tragaperras, al menos no montaba numeritos. Es decir que cuando venía se metía directamente en la cama hasta dos días más tarde.
                              Pues así crecieron los niños, con una madre que trabajaba por las mañanas después de dejarlos en el colegio, y que los recogía al mediodía, comíamos en casa y luego por la tarde lo típico de todas las familias, deberes y extraescolares.
                                 Procuré que los niños tuvieran muchas actividades extraescolares para que no se dieran cuenta de quien era su padre.
                                 Hasta que empezaron con la edad de las preguntas, las respuestas las sabían, pero querían oírlas por boca de su madre. Y empezamos a hablar, a tener largas conversaciones cuando él dormía o estaba fuera de casa, que como ya he contado era buena parte del día.
                                  Pero jamás les hablé mal de él, les conté de lo terrible que resulta cuando la gente se mete en el mundo del alcohol o el juego y que a veces eso sucede por problemas que uno ni se imagina y que incluso se traen desde la infancia.              
                                   No se si en el caso de mi marido fue así o no, pero el caso es que mis hijos empezaron a compadecer a su padre, lo que en un principio se suponía que se transformaría en odio, la compasión hizo mella en ellos. Y como él nunca se comportó mal con los chicos y a esto me refiero que no fue un padre de gritos, peleas, ni golpes, pues también sintió de alguna forma la piedad por parte de sus hijos.
                              La cuestión es que según fue pasando el tiempo y los niños se transformaron en adolescentes, su padre iba notando como la necesidad de los hijos de tener cerca a su padre se hacía cada vez más evidente. Y curiosamente y creo que fue la primera vez, me lo dijo. Rapidamente organicé una acampada de tres días en el bosque cercano, los chicos estaban felices y el padre no cabía en sí de gozo.
                              En fin lo que quiero decir con todo ésto es que más vale tarde que nunca. Jamás pude imaginar que mi familia pudiera dar este giro tan inesperado, pero las cosas de la vida,...son así.









  








                                      

1 comentario:

  1. Son cosas que nos hacen fuertes y únicas..... bien por ti,porque los conseguido.... Besos,Marion

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Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.