Cuando el día dio paso a la noche, sabía que ya era hora de volver. A diario iba a la campiña que rodeaba nuestra casa, y como una tonta, pasaba horas tirada al sol. Me fascinaba los colores que se entreveían en medio del follaje, tonos cambiantes según la hora brillaban sin más, dorados intensos y a veces más claros, verdes algo amarronados y amarillos, en alguna ocasión de mucho sol, pude observar un rojo que casi parecía sangre.
Entrecerré los ojos, queriendo imaginar que formaba parte de ese lugar. Quizá sería un árbol, o mejor buscaría alguna cosa más femenina. Una flor, me sonaba demasiado cursi, pero un arbusto o alguna hoja caída.... no me terminaba de resultar. Entonces pensé en el río, permanecía ahí impertérrito, por los siglos de los siglos. Si, creo que había encontrado la definición exacta para mí, pues como decía mi abuelo, un río nunca era igual, cambiaba de segundo en segundo.
Así era yo, cambiante. Nunca pensaba lo mismo, y si hoy me gustaba tal cosa, era posible que mañana la rechazara. Sería por eso que Juanillo, el chico que cuidaba de las cabras, todos los días, cuando nos encontrábamos, me preguntaba lo mismo, ¿ me quieres ?. Yo siempre le decía que sí, porque el día que para cambiar, le dije no, estuvo llorando casi una hora, las cabras solas por el camino y él, llora que te llora.
Seguí divagando un rato más, pensar en mis cosas me gustaba, aunque mi madre siempre decía que yo todavía no tenía nada en que pensar, que era muy pequeña, y que cuando me casara y tuviera hijos ya sabría lo que era el significado de la palabra.
Juanillo se estaba retrasando, la voz de mi madre ya se empezaba a oír a lo lejos, ! Carmen, Carmen !, llamaba con el susto metido en el cuerpo, pensando que me podía haber caído al río o algo parecido.
Me levanté con desgana mirando al cielo, el día ya había dado paso a la noche, sabía que tenía que volver.
Entrecerré los ojos, queriendo imaginar que formaba parte de ese lugar. Quizá sería un árbol, o mejor buscaría alguna cosa más femenina. Una flor, me sonaba demasiado cursi, pero un arbusto o alguna hoja caída.... no me terminaba de resultar. Entonces pensé en el río, permanecía ahí impertérrito, por los siglos de los siglos. Si, creo que había encontrado la definición exacta para mí, pues como decía mi abuelo, un río nunca era igual, cambiaba de segundo en segundo.
Así era yo, cambiante. Nunca pensaba lo mismo, y si hoy me gustaba tal cosa, era posible que mañana la rechazara. Sería por eso que Juanillo, el chico que cuidaba de las cabras, todos los días, cuando nos encontrábamos, me preguntaba lo mismo, ¿ me quieres ?. Yo siempre le decía que sí, porque el día que para cambiar, le dije no, estuvo llorando casi una hora, las cabras solas por el camino y él, llora que te llora.
Seguí divagando un rato más, pensar en mis cosas me gustaba, aunque mi madre siempre decía que yo todavía no tenía nada en que pensar, que era muy pequeña, y que cuando me casara y tuviera hijos ya sabría lo que era el significado de la palabra.
Juanillo se estaba retrasando, la voz de mi madre ya se empezaba a oír a lo lejos, ! Carmen, Carmen !, llamaba con el susto metido en el cuerpo, pensando que me podía haber caído al río o algo parecido.
Me levanté con desgana mirando al cielo, el día ya había dado paso a la noche, sabía que tenía que volver.
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