Separamos nuestras bocas trasnochadas por el alcohol, él me miró, sus ojos de un leve color de sangre, se pararon un breve instante. Mi corazón al punto de saltar, descubriendo sensaciones que nunca había sentido. Me volví no queriendo que se diera cuenta de mi estupor, una descontrolada vergüenza surgió de mi interior sin saber que hacer con ella.
Entonces el muy ignorante, sin siquiera pedir permiso, corrió hacia el baño y antes de llegar, vomitó. Pero aquel momento no enturbió para nada lo sucedido anteriormente.
Vino hacia donde estaba, arrebolado y sudoroso, pero en mi mente infantil, sólo veía al hombre de mis sueños, algo mayor que yo y con el que había cometido un terrible pecado.
Entonces y sólo entonces, supe que me acababa de enamorar.
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