martes, 16 de agosto de 2011

Crónica de una mañana de Domingo.

                               A lo lejos, el eco de un ladrido de un pobre perro abandonado, aullándole a su puto destino, hizo que abriera los ojos. Amanecía todos los días ladrando de la misma forma, intermitente y continuo, se te iba metiendo en el cráneo, hasta que tenías que dejar de hacer lo que quiera que estuvieses haciendo para dedicar unos minutos a fijarte en él. Entonces, el perro dejaba de ladrar. Parecía que estuviésemos conectados. 
                    Abrí todas las ventanas de la casa para que se aireara, el pegajoso sudor del mediodía fue lo que entró y al rato las cerré de nuevo, eché los postigos y me metí en la cocina. Fregué los cacharros del día anterior y volviendo al actual, me senté a pensar en la comida de hoy. Distraídamente empecé a pelar una manzana que estaba en el frutero y a la cual le empezaba a salir un punto de podrido. 
                      Manel y los niños todavía estaban durmiendo, se despertarían tarde, pues se acostaron después de la última sesión de cine al aire libre de anoche. Dormían hasta doce horas seguidas, a mí con tres ó cuatro me bastaban. 
                     Me decidí por lomo adobado, frito estaría bueno, pero si lo empanaba, mejor. En la despensa encontré el cestón en donde guardaba las papas, en una esquina, resguardado de los calores. Cogí dos ó tres de las más grandes y volví de nuevo.
                        Los pasos de Manel en el pasillo, sonaron como siempre, familiares, las chanclas de bajar a la playa. Con rapidez, puse la cafetera al fuego. Lo escuché en el baño y después cuando bajó la tapa. Apareció en la cocina con aquella cara de ensoñación que me encantaba. El pelo tan revuelto que para peinarse tendría que mojarlo. Aunque ya era mayor, pues tenía casi sesenta años, conservaba el mismo pelo ensortijado de cuando lo conocí.
                             Me besó en la frente ¿el café?, ya va, le dije. La tacita era tan pequeña que a veces parecía que sólo olía el café, a mí me gustaban más los tazones y así lo dejaba que se fuera enfriando.Se lo bebió de un trago, ardiendo, así le gustaba. Todo en él era así, apasionado y ardiente. En el campo, con los agricultores, se enfadaba por no hacer las cosas que a él le parecían correctas. Se afanaba de la misma manera en todo, con los chicos, con los empleados de la casa y...conmigo.
                               A veces le cuestionaba alguna cosa sólo para escucharlo, preguntaba algo aquí o allí y él tardaba se dedicaba a explicaciones que generalmente no me interesaban. Lo que me gustaba era escucharlo, su voz gutural, fuerte, sin ser ruidosa y potente si era necesario.


                              

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