viernes, 10 de junio de 2011

El desnudo que cambió mi vida.


               El día que cumplía los treinta, me levanté temprano y me miré al espejo del baño, lo hacía a diario, pero ese día era especial, se cumplía un ciclo, al menos yo, lo veía así. La diferencia entre el pasado año, cuando también me miré al espejo, era evidente, más arruguitas en torno a los ojos y el surco ese que le llaman nasogeniano, mucho más marcado. Después de una serie de miradas más y de decidir que tampoco estaba tan mal, me di una ducha y bajé a desayunar. Había organizado una fiesta para esa noche en mi casa, con mis amigos, la familia la reuniría otro día.
                   Trabajaba en una compañía de transporte como secretaria de dirección, estaba bien considerada y tenía buena relación con mis compañeros. Amigos y amigas, tenía muchos, llevaba una intensa vida social con la que me sentía a gusto, pero lo que realmente estaba necesitando, era sentirme elogiada, mi cuerpo quería que alguien se sintiera cautivado por mí. A nadie se lo había dicho, casi me costaba decírmelo a mi misma, pero era cierto. De un tiempo a esta parte, pensaba cada vez más en ello, nunca había pasado por eso, pero en mi interior, era casi como una sensación que estaba segura, me haría más feliz. 
                       Me quité los pensamientos que no me llevaban a ninguna parte y me decidí a dedicarme a lo realmente importante, que era terminar de organizar la fiesta de esa noche. Casi estaba todo preparado, en la terraza que rodeaba mi casa, había preparado mesas y sillas paras los invitados, un catering, vendrían luego y se encargaría de todo. 
                          La reunión empezó y todos los invitados llegaron puntuales, nos reunimos más de cincuenta personas, a algunos, no los conocía pues eran amigos de otros. Hacia medianoche, uno de los invitados propuso un juego, el típico de yo te pregunto y si te equivocas, te quitas una prenda de ropa. Cuando media hora después y muchas copas, me vi medio desnuda en medio de mis amigos, ni siquiera me inmuté, me sentía plena de satisfacción al mostrar mi cuerpo, era como si hubiera encontrado mi realización personal. La fiesta terminó de madrugada, muchos amigos se quedaron a pasar la noche en casa, sitio había para todos, ya que era una inmensa mansión heredada de mis abuelos. 
                          Nos reunimos al siguiente día, cerca del mediodía, a tomar algo parecido a un desayuno. Hablé en un apartado con Jaime, era dueño de un local de streptease, entendió mi propuesta y a los dos días, hice un número en su sala. Fue tal el éxito que tuve, que al poco tiempo me convertí en lo que los clientes demandaban con más entusiasmo. 
                              Encontré mi forma de vivir con la mayor de las satisfacciones. A partir de ese día, fui una mujer feliz.
                            




     




                   

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