miércoles, 15 de diciembre de 2010

Seres humanos

                                   La visión del intenso color blanco se desparramaba por la oscuridad, no era muy accesible a quien no se dignara mirar al cielo pues parecía simplemente que una luz encendida en alguna parte iluminaba el camino.
                 La luna llena permanecía estática, con su pequeño planeta de guardaespaldas que acometía su trabajo a la perfección. Tanto relucir formaba sombras en la tierra en donde la mitad del mundo moría  entre  los enigmas y secretos de la noche.
                    Tropecé sin querer  creyendo que había un hueco cuando sólo era la proyección  de la silueta de un pequeño muro de piedra, me levanté con rapidez y seguí la marcha, no tardé mucho en encontrar lo que quería, en el claro del bosque, la reunión había empezado.
                  Era una reunión de hombres y mujeres, mujeres y hombres de ayer y de hoy jóvenes y viejos. Hombres y mujeres de siempre. Cantaban felices de estar vivos, de haber comido ese día y de sentirse llenos de salud. También lo hacían por tener la fuerza suficiente para rezar y agradecer cada uno a sus dioses el poder sentirse unos a otros.
                         Me uní a ellos, no era la primera vez que lo hacía pues hacía varios años que mi abuela me invitaba.
                       Se había cambiado de casa y se alejó de la antigua, los habitantes de la región eran cada vez menos, así que ahora el bosque de aquella parte de la Tierra era su vida.
                Acabamos la noche exhaustos, las danzas y los cánticos habían minado nuestras energías. Al amanecer, el nuevo día nos hizo revivir de nuevo y cada uno emprendió la marcha a sus quehaceres cotidianos.

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