viernes, 14 de enero de 2011

EL CHICO DE LOS DÍAZ.


                       Se puso de rodillas delante del Cristo, juntó las manos en actitud devota y por el movimiento de sus labios, se vio que musitaba una oración. Al salir de la pequeña iglesia, se persignó de nuevo y con paso rápido tomó el camino hacia su casa. Todos los días la misma rutina, iba a diario a pedir por lo mismo. Pero hasta el día de hoy, el dios de todos los hombres, no le había hecho caso.
                              Angeles sabía que él tendría que volver alguna vez, al pasar tanto tiempo ya no sabía como sería su forma de pensar cuando llegara. Todo había cambiado en tantos años, el pueblo ya no lo era, ahora se había convertido en una gran ciudad. Él, que se fue a un lugar, supo por terceras personas, que estaba en otro. La vida dio un giro sin que ella se lo pidiera. 
                                Y el tiempo, indefectiblemente, siguió su ritmo, con aquella velocidad suya con la que nadie está nunca de acuerdo. Pasaron años y más años y un día alguien comentó que el chico de los Díaz iba a volver. El chico de los Díaz era un hombre hecho y derecho, de  casi cincuenta años. Ella se metió en su casa y no quiso ver a nadie. El miedo se había apoderado de su alma enferma de amor. De un amor también enfermo, porque a través de ese tiempo, se había degenerado en algo que ya ni siquiera ella sabía. Y llegó el chico de los Díaz, paseó por el pueblo otro amor desconocido para ella, otro amor que  era  de su mismo sexo.
                                  El chico de los Diaz, había cambiado demasiado. Se lo dijeron.Se lo tuvieron que contar. A ella le fue imposible ir a verlo con sus ojos, era un dolor tan fuerte y vital, que le impedía, incluso, vivir.

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