Tenía un cierto aire de bruja que alimentaba con gracia, lo que la convertía en bruja buena. Continuamente se encargaba de hacer pociones y brebajes, por encargo o no, simplemente para cuestiones personales. Tampoco la ayudaba a quitarse el apodo que le habían puesto, el lugar donde vivía, pues era una cabaña, que aunque no estaba en un bosque, pues en aquella zona no los había, si se erguía en un pequeño desnivel de una apartada montaña, que de tan apartada, nadie accedía a ella. No tenía edad definida, aunque yo sabía que rondaba los setenta, era de naturaleza seria y circunspecta para quien no la conociera, pero sólo al sentarte a su mesa a tomar un café, te dabas cuenta del tremendo error. Pues mi abuela, de seria tenía poco, mas bien todo lo contrario, divertida e hilarante donde las hubiera. Se le ocurrían las bromas mas graciosas y siempre estaba de buen humor. Así era.
Por eso me gustaba visitarla tan a menudo. Aprendí mucho. No sólo sus pócimas y potingues, sus mejunjes y pistrajes, mi abuela era mas que todo eso. Su personalidad atraía a mucha gente, que negaba ir a visitarla, era una especie de psicóloga de la zona, como tenía grandes dotes para la videncia, las ponía en práctica con frecuencia, yo me sentía fascinada con ello.
Pero mi abuela era así, siempre ayudando a quien podía, nunca hablaba mal a nadie de nadie, si notaba que algún visitante se veía apurado de dinero, le daba lo que tenía a mano. Intuitiva, generosa, solidaria y compasiva. Cuando terminé mi carrera de derecho, me fui durante un año con mi abuela, a buscar hierbas a los campos y a aprender en el día a día suyo, lo que no había podido lograr aprender en el mío.
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