No todos los días son días de fiesta, me respondió con aquella filosofía suya tan elemental. Me quedé callada, suspiré dos veces, discutir con ella no quería, porque tenía clara la forma en que quería vivir su vida, pero siempre pensaba que lo podría hacer de una manera en que disfrutara más de lo que la rodeaba. Me decía de continuo que la dejara tranquila, que compartiera con ella lo que entre las dos teníamos para darnos, pero que perder el tiempo en peleas absurdas sobre lo que en cada una deberíamos emplear nuestro tiempo y nuestra vida, le parecía un error. Que mi problema, era que yo no aceptaba la forma en que había alterado su conducta, que quería que fuera como antes, porque la de ahora no entraba en sus esquemas y suponía un transtorno en mi vida.
Durante el resto de la tarde no pude dejar de pensar en lo que me había dicho, tenía razón, nunca me había hablado tan claro. Llevaba años dejando de disfrutar de mi vida, para intentar que ella disfrutara de la suya, que incongruencia, había estado incubando rencor y rabia por no lograr alterar su forma de hacer las cosas. No estaba de acuerdo, cierto, lo que no me llevaba a dejar de respetar su manera de hacerlo. Había deformado mi realidad, intentando conservar la suya, pensando en todo eso, cogí el teléfono y ...llamé a mi hermana.
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