Para acceder a mi casa, había que pasar por la vieja iglesia. Cuando se hizo la reforma, no se dieron cuenta de que vivíamos en la parte trasera y si se fijaron, no quisieron cambiar la estructura, así que desde que recuerdo, la única puerta de acceso a la calle, era la que daba al templo. Nunca me pareció extraño, viví ahí toda la vida.
Cuando mi madre se quedó viuda, empezó a ayudar al párroco y al poco éste le sugirió lo de trasladarse. Como era mayor, mi madre se encargaba de la comida y limpieza de la iglesia, de colocar las flores los Domingos y mantenerlo todo en orden.
Cuando mi madre se quedó viuda, empezó a ayudar al párroco y al poco éste le sugirió lo de trasladarse. Como era mayor, mi madre se encargaba de la comida y limpieza de la iglesia, de colocar las flores los Domingos y mantenerlo todo en orden.
Con el tiempo, el viejo cura fue delegando en ella. Las dos estábamos bien; yo, a punto de ir a la universidad y mi madre cuidando al párroco.
A pesar de haber crecido rodeada de símbolos religiosos y casi viviendo en una iglesia, era de lo más agnóstica, el padre Fabián ya se había cansado de invitarme a misa; cuando era más chica, escuchaba con educación sus peroratas, pero ahora le decía cuatro boberías y le cambiaba de conversación. Ya estaba demasiado cansado para seguirme insistiendo.
Una mañana el padre Fabián amaneció muerto en su cama. Todos esperábamos el desenlace, pues estaba enfermo. Estuvimos casi dos meses sin cura, mi madre mantuvo la parroquia en condiciones y tan sólo los Domingos venía el del pueblo cercano a decir misa. Estuvimos casi un año así, después vino el padre Javier.
Enamorarme de él, no me costó demasiado, creo que lo quise según lo conocí. Lo notaba tan coherente con sus ideas y su manera de hacer las cosas, que me sentía realmente fascinada por su persona. Generoso y entusiasta con sus ideas, organizador, era incluso divertido. Al poco se hizo con la parroquia, venía más gente joven que antes y las personas mayores estaban encantadas con él. Decidí ir a una universidad cercana, pues no quería alejarme demasiado.
Una tarde mi madre me llamó en un aparte, quería hablar conmigo. Se había dado cuenta de lo que sentía por Javier. Me miró con sus profundos ojos verdes y sólo una frase fue suficiente, no cometas el mismo error que yo, márchate y haz tu vida.
A pesar de haber crecido rodeada de símbolos religiosos y casi viviendo en una iglesia, era de lo más agnóstica, el padre Fabián ya se había cansado de invitarme a misa; cuando era más chica, escuchaba con educación sus peroratas, pero ahora le decía cuatro boberías y le cambiaba de conversación. Ya estaba demasiado cansado para seguirme insistiendo.
Una mañana el padre Fabián amaneció muerto en su cama. Todos esperábamos el desenlace, pues estaba enfermo. Estuvimos casi dos meses sin cura, mi madre mantuvo la parroquia en condiciones y tan sólo los Domingos venía el del pueblo cercano a decir misa. Estuvimos casi un año así, después vino el padre Javier.
Enamorarme de él, no me costó demasiado, creo que lo quise según lo conocí. Lo notaba tan coherente con sus ideas y su manera de hacer las cosas, que me sentía realmente fascinada por su persona. Generoso y entusiasta con sus ideas, organizador, era incluso divertido. Al poco se hizo con la parroquia, venía más gente joven que antes y las personas mayores estaban encantadas con él. Decidí ir a una universidad cercana, pues no quería alejarme demasiado.
Una tarde mi madre me llamó en un aparte, quería hablar conmigo. Se había dado cuenta de lo que sentía por Javier. Me miró con sus profundos ojos verdes y sólo una frase fue suficiente, no cometas el mismo error que yo, márchate y haz tu vida.
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