miércoles, 20 de abril de 2011

Una extraña en mi vida.

El día auguraba sol y calor, fantástico para la playa, pensé asomada a la ventana de mi pequeño apartamento. Recogí mis cosas con rapidez y sin pensármelo dos veces, me calcé mis zapatillas de playa y bajé. Vivía tan cerca, que a veces me parecía que sólo con estirar la mano podría tocar el agua. Según pisé la arena me descalcé, el suave calor penetró en mis pies, los metí un poco más adentro, pero ya la arena estaba fría, pues la marea había subido durante la noche, era demasiado temprano y el calor del sol era suavemente cálido.
Estiré la toalla y me tumbé encima con la ropa aun puesta, hacía una ligera brisa, saqué el libro que estaba leyendo y me puse a ello. Unos diez minutos después, fue cuando se acercó aquella chica, se sentó a mi lado y me dijo si la podía ayudar, automaticamente, yo también me incorporé, intenté evaluarla mientras le preguntaba cual era su problema.
Delgada y pequeña, pelo ralo y pegado a la cara y ojos muy juntos, tenía una boca perfecta de dientes parejos, todo eso pensé, mientras ella me contaba su historia. Cuando terminó, no supe que pensar, tardo una media hora, en la que me tuvo absorta, el relato lo merecía, pues entre un marido que pretendía matarla, un gobierno extranjero que iba a por ella, la policía a la que no podía acudir, que no tenía familia que la apoyara y un montón de anécdotas más, ya no sabía si me estaba contando el guión de una película o era su realidad tergiversada por su mente enferma.
De cualquier manera y ante la duda, lo que se me ocurrió, fue decirle si quería tomar algo, pues tenía en verdad cara de no haber comido en tiempo, aceptó rapidamente, pero me sugirió si podía ser en mi casa, pues no quería ser vista en una terraza. Comió por tres, parecía imposible que en aquel cuerpo tan escuálido, cupiera tanta comida, cuando acabó, le sugerí ir a casa de mi madre, vivía cerca, me sorprendí pues aceptó encantada. Creo que la comida le había dado una energía que necesitaba, pues la encontraba distinta.
Resultó ser una invitada encantadora, mi madre y hermanas disfrutaron el rato que estuvimos allí, buena conversadora, culta, se notaba que había viajado y conocía de primera mano distintos países, tenía muchas anécdotas que contar y no escatimo detalles. Pero a pesar de ello, sabía también escuchar y comentaba cuando era otro el que hablaba.
Yo estaba un poco al margen, intentando hacerme una composición de la extraña que había invadido de esa forma mi vida. No sabía que podía hacer con ella.
Cuando nos marchamos de la casa de mi madre, empezaba a oscurecer, ella estaba feliz, parecía otra persona, sonreía continuamente y hablaba de nosotros, como si formara parte de mi vida, me llegó a dar un poco de miedo. Entonces, un coche de la policía se paró a nuestro lado, dos agentes se bajaron, educadamente, nos pidieron la documentación, mientras hurgaba en mi bolso, les comenté si pasaba algo, ellos sólo dijeron puro trámite.
Ella se pegó a la pared y empalideció, fue tal la transformación que se originó en su persona en pocos segundos, que me quedé horrorizada, empezó a gritar y a dar patadas, se tiró como una loca hacia los policías intentando arañarles la cara y pegarles puñetazos, no entendí de donde sacó tanta fuerza, todo aquello en medio de una especie de rugidos realmente aterradores.
Los policías tuvieron que pedir refuerzos, cuando la pudieron controlar, la metieron en un coche, me dijeron que se había escapado hacía tres días de un hospital siquiátrico.

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