martes, 26 de abril de 2011

No es oro todo lo que reluce.

                       Me quedé ensimismada mirando al cielo durante tanto rato, que no lo oí llegar, el azul celeste me tenía embobada, llevábamos muchos días de tormentas y lluvias continuadas y hoy era un regalo de los dioses. El desconocido se sentó a varios metros de donde me encontraba, no llevaba toalla ni útiles de playa, un simple bañador y camiseta. Cuando me vine a dar cuenta que lo tenía al lado, fue al subir del agua, tetas al aire y lo más corto que se da en bikini, me hice como que no se que existes y me tumbé de nuevo en la toalla, la playa, casi desierta. Él dijo un tímido buenas tardes, yo, lo miré como quien de repente ve a un cangrejo de playa y respondí a su saludo. 
                          Al rato, recogí mis cosas y me marché, la comodidad de encontrarme sola había desaparecido. Al llegar a casa, no me lo podía creer, allí estaba él, el hombre de la playa, sentado a la mesa de la cocina, rodeado de mis padres y hermanos tomando un café y al parecer, divirtiéndose, pues las risas se oían desde la calle. Ven María, me llamó mi madre entusiasmada, te voy a presentar a Julio, es compañero de tu hermano en la fábrica. Le saludé sin entusiasmo y comenté que me tenía que marchar, pues había quedado.
                               Lo volví a ver dos días después, en una calle cualquiera, se enfrentó directamente a mí, me soltó de sopetón lo de no te gustó que te viera las tetas o qué, dí media vuelta y me marché, sería guarro, y mi hermano hablando maravillas de él en mi casa.
                              Una semana más tarde, una chica del pueblo lo denunció por intentar violarla, lo echaron del trabajo y un mes después se fue del pueblo. Está claro, pensé para mis adentros, que no es oro todo lo que reluce.

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