Intentando no perder la calma, respiré profundamente un par de veces y abrí la puerta. Ahí estaba, como supuse, sentado ante el ordenador, los dedos volaban, la mirada fija en la pantalla y una posición erguida, para que no le doliera la espalda. Porque yo sabía donde se encontraba, sino, hubiera pensado que tenía una amante, las horas que pasaba tecleando como un poseso, eran las que me robaba a mí, odiaba el ordenador y ese despacho en donde estaba enclaustrado la mayor parte del día y me odiaba a mí por estar tan enamorada de él y no tener la suficiente valentía para mandarlo a freír espárragos.
Caminé despacio, no se dio cuenta de mi presencia hasta que casi me tiro sobre él, ah, hola, estabas aquí, no te oí entrar, todo eso fue lo que se le ocurrió decirme cuando casi lo atropello, los dedos sin parar, yo de pie mirando, querías alguna cosa, cariño, !cariñodequecoño!, me dieron ganas de gritarle, pero con la mayor pasividad, sólo le dije, no, buenas noches.
Y me fui a la cama enrabietada, furiosa conmigo misma, pensando que tenía que buscarle una solución a esto, era un impedimento el que yo no supiera como enfrentarme a ésta situación.
Era cierto, continué pensando, que era buena gente, con los niños un padre de primera y bien es cierto que cuando estaba en casa, ayudaba bastante, ahora estaba escribiendo su segundo libro, pero llevaba ya un año y no sé si podría soportarlo mucho más. Recordaba cuando antes de eso, él era dulce y hogareño, divertido y sensible, me gustó cuando lo conocí por lo espontáneo y sociable. Siempre fue bastante generoso y seguro de sí mismo, realmente, era un buen marido, pensé, creo que yo me estaba volviendo algo intolerante.
En ese momento, se abrió la puerta de la habitación de un sonoro golpe y mi marido, como una tromba, se tiró en mi cama, mirándome sonriente, sólo me dijo....acabé el libro, cariño.
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