Inicié el trayecto sin ningún sentido, sólo empezar aquel sendero que me pareció de lo más atrayente, me sentí de alguna forma contenta, nunca había andado por esa parte y decidí que era un buen día para hacerlo. Caminé casi dos kilómetros, era un buen reto para mí, pues no estaba acostumbrada al deporte, hacía un hermoso atardecer y una suave neblina empezaba a inundar el bosque.
Una hora después, casi no veía nada, caminaba por simple instinto y la suerte me ayudaba, pues la vereda era accesible, no se notaban piedras ni obstáculos en el camino.
No entendía el porqué no llegaba a la zona en que se suponía estaba la bifurcación del terreno, en donde unos kilómetros después estaba el pueblo donde vivía. Al rato, en medio de la oscuridad, música y tañido de pequeñas campanas se empezaron a oír. Indicaba gente, así que me dirigí hacia el sonido con premura, se notaba lejos, caminaba lo más deprisa que me dejaba la niebla y la noche, que ya había invadido el bosque.
Algo de luz a lo lejos me ayudó, parecían hogueras o linternas.Pero no, una vez que llegué al sitio, me admiró como la extraña luz bajaba del cielo, un hada, sentada en una media luna, era la causante de tal efecto, ya que despedía un brillo tan intenso, que parecía pintar de tonos irisados el centro del bosque, los verdiazules y los celestes matizaban los árboles y arbustos cercanos. Durante un buen rato me quedé sin moverme del lugar en donde me encontraba, tumbado en una especie de montículo de hierba.
Elfos y duendes, pequeñas hadas voladoras y otras mayores, era una estampa realmente magnífica, cantaban y bailaban, al son de instrumentos que no conocía. Al rato, se marcharon formando una fila ordenada, yo, seguí allí un tiempo más, pensando que lo visto había sido un sueño, esperando despertarme.
No me desperté, había sido...real.
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