domingo, 10 de abril de 2011

El hombre del parque.

                      Lo miraba hacía rato, sentado en un banco del parque, frente al mío, no era un hombre  viejo, tampoco muy joven, lo delataban sus pequeñas arrugas alrededor de los ojos y la forma un tanto encorvada de su cuerpo. Lo miré durante un rato, concentrado en lo que hacía, un paquete de millo entre las manos, mientras le daba de comer a las palomas. Al rato se dio cuenta de que lo observaba, una sonrisa lo transformó en alguien abordable, por lo que correspondí de la misma manera. En pocos minutos, se levantó pausadamente y se acercó a mí. Caminaba sin prisa, relajado y cómodo, se sentó a mi lado con un buenos días.
                          Hice amistad con él casi enseguida, llegué a conocerlo bien. Era una persona de lo más comprensiva, se le notaba sensible y afectuoso, aunque no tenía familia, se había hecho la suya propia, pues vivía en una pensión hacía ya cinco años, los inquilinos y la dueña, eran como pertenencia suya, los cuidaba y ayudaba en lo que podía.
                             El día en que Juan no acudió al parque, de alguna forma supe que no lo iba a ver más. Sabía que su cita diaria, era tan importante que no la dejaría salvo por algo irreparable. Así fue, la muerte de aquel hombre, fue la muerte de mi mejor amigo.

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