

No se si era demasiado buena como pintora, lo que sé, es que es lo que me hacía sentirme feliz. En la elección de mis amigos, también se notaba mi forma de ser, todos solían ser personas alegres y en la mayoría jóvenes y divertidos. Nos gustaba salir por la noche y reunirnos a pasarlo bien y la mayoría de las veces lo conseguíamos. Casi todas mis amistades eran menores que yo, la gente según iba creciendo se iba haciendo un tanto más aburrida y sosa.
Yo estaba terminando el último año de carrera y la gente que me rodeaba, solían estar empezando primero o segundo. Pero me sentía vital y energética. Todo en mi vida, era color.
Un día, al llegar a casa conocí a mi nuevo vecino, me esperaba en el zaguán pues se había quedado sin la llave. Agradable y educado, le ayudé y nos despedimos.
Y sucedió lo que nunca imaginé que podría pasarme. Me enamoré de mi antítesis. Un hombre gris y taciturno. Tímido y detallista. Organizador, pacífico, trabajador, adaptable. Buena gente. Sereno y amable. Pero....de color gris.
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