sábado, 15 de enero de 2011

PEDRO Y JAVIER.

                                           A  Javier le habían puesto al nacer un nombre compuesto que odiaba. Desde que tuvo uso de razón jamás se lo dijo a nadie, sólo estaba en su partida de nacimiento. Pedro lo sabía porque se lo había confiado un día de esos en que se tomaron unas cuantas copas de más y a Javier le dio por ponerse sentimental. Y aparte de todo, porque la relación entre ellos era más estrecha que con el resto del mundo.
                  Se conocían desde muy jóvenes, fueron al mismo colegio y se las arreglaron para ir a la misma universidad, de ahí a una convivencia, fue sólo un paso. Pero la evolución de sus vidas no fue la misma. Cuando se dieron cuenta de que cada uno quería enfocar su carrera de manera diferente, fue un proceso muy doloroso porque tenían que separarse.
                   Y así lo hicieron, entre lágrimas y lamentos, los dos amantes tomaron cada uno su rumbo. Y rompieron la relación. Y se fueron. Y pasaron diez años. 
                      Una tarde cualquiera, de un invierno cualquiera, un hombre de unos treinta años pasea por la orilla de la playa que lo vio nacer, de su isla a la que recientemente a vuelto. Abrigado, cabizbajo.
                         En sentido contrario, otro hombre vestido de deporte viene corriendo. 
                  El hombre que corre ve al otro y empieza a aflojar el paso, cada vez más despacio, mientras sigue mirando. Pero el otro no se da cuenta.
                            Al llegar a su altura, se para, sólo un nombre, Javier. Pedro levanta la vista y mira, sólo un nombre, Pedro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.