Me he acomodado a mi vida, no quiero cambiarla, me dijo, mientras bebía un trago de su cerveza, le pregunté que había pasado con aquella forma de vivir que tantos años atrás nos unieron de tal forma que formamos un tándem único e irrepetible. Era otra época, fue su contestación. Margara y yo, fuimos amigas desde pequeñas, siempre me recuerdo con ella a todas partes, ahora hacía tiempo que no nos veíamos, exactamente quince años, con un breve lapso en el que paramos en un aeropuerto y durante una hora compartimos poco mas que un café. Pero hoy, yo había vuelto a la ciudad en donde nacimos, en la que se desarrolló nuestra infancia y adolescencia, llevábamos unas horas de conversación, intentando ponernos al día después de tanto tiempo.
Estaba claro que ambas teníamos que haber cambiado, pues eran muchos años los que hacía que no nos veíamos, pero ella parecía otra persona. No entendía donde había quedado la Margara divertida y definida en su forma de ser, la que tenía ante mí, se veía ambigua y confusa, dudaba de lo que me decía, no parecía que tuviera certeza de nada. Mientras mas hablábamos mas sentía que la razón estaba de mi parte.
Al mediodía, quedamos en su casa a comer, un bonito piso en el centro. Margara y su marido, no tenían niños, así que la casa, reformada para una pareja sin hijos, era cómoda y amplia. Jaime, el marido de mi amiga, simpático y extravertido, hizo que el almuerzo fuera de lo mas entretenido, me ofrecieron quedarme en su casa esa noche, ya que la de mis padres está bastante lejos y acepté encantada.
A la mañana siguiente, me despertaron gritos y sollozos, Margara y Jaime discutían acaloradamente, de puntillas, me acerqué a la puerta de mi cuarto a escuchar, la forma en que él le hablaba y ella accedía, aquella humildad que pude percibir en sus contestaciones y las respuestas de Jaime, como entre los dos se fraguaba una intensa lucha en que ya se sabía bien quien iba a salir vencedor.
Media hora mas tarde bajé, él se había marchado, Margara, preparaba la comida como si no pasara nada, se notaba la costumbre. Me miró, la pena había dejado huella en su cara, a pesar de eso, habló, no me digas nada, he elegido mi forma de vivir y con quien quiero hacerlo, me compensa, estoy enamorada, tengo un status social que no conseguiría de otra forma, es importante para mí.
Me quedé sin palabras, le dí un abrazo, sólo le pude decir, si alguna vez cambias de opinión, ya sabes donde encontrarme.
Al mediodía, quedamos en su casa a comer, un bonito piso en el centro. Margara y su marido, no tenían niños, así que la casa, reformada para una pareja sin hijos, era cómoda y amplia. Jaime, el marido de mi amiga, simpático y extravertido, hizo que el almuerzo fuera de lo mas entretenido, me ofrecieron quedarme en su casa esa noche, ya que la de mis padres está bastante lejos y acepté encantada.
A la mañana siguiente, me despertaron gritos y sollozos, Margara y Jaime discutían acaloradamente, de puntillas, me acerqué a la puerta de mi cuarto a escuchar, la forma en que él le hablaba y ella accedía, aquella humildad que pude percibir en sus contestaciones y las respuestas de Jaime, como entre los dos se fraguaba una intensa lucha en que ya se sabía bien quien iba a salir vencedor.
Media hora mas tarde bajé, él se había marchado, Margara, preparaba la comida como si no pasara nada, se notaba la costumbre. Me miró, la pena había dejado huella en su cara, a pesar de eso, habló, no me digas nada, he elegido mi forma de vivir y con quien quiero hacerlo, me compensa, estoy enamorada, tengo un status social que no conseguiría de otra forma, es importante para mí.
Me quedé sin palabras, le dí un abrazo, sólo le pude decir, si alguna vez cambias de opinión, ya sabes donde encontrarme.
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