El anhelo que sentía de su presencia hacía que me sintiera desvalida y vulnerable. Se marchó hacía casi cinco años y desde entonces no había tenido noticias suyas. Pero de cualquier forma sabía que en breve, en forma de carta o telegrama, sabría de él.
Y así fue, unos días después llegó a casa su misiva. Me hablaba de tiempos pasados y recuerdos que habían quedado en el olvido. Sentí que las lágrimas acudían a mis ojos sin tiempo para rechazarlas.
La añoranza de un pasado lejano me hizo recordar momentos inolvidables, instantes en que todo era del mismo color, en que ignoraba el sentido de los días y las noches. La tristeza de las emociones contenidas empujó mis sentires hacia afectos del pasado.
La adoración que sentía hacia su persona, hizo que volvieran los momentos de atracción y deleite. En ese tiempo, todo se convertía sin saber como en sentimientos y auténtica veneración.
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