La maleta de color fucsia que se compró mi hermana para el viaje de fin de curso, la recordaré durante tiempo, pues le dije que parecía que llevaba un enorme chicle de los que se llamaban bazooka, que fueron uno de los primeros que salieron y que hacían unas bombas gigantes, eran del mismo color que la maleta de mi hermana. En casa nos reímos con mi ocurrencia y a ella no le hizo demasiada gracia. Silvia y yo, nunca tuvimos muy buena relación, en cuanto veíamos la oportunidad, nos zaheríamos por cualquier motivo. Pero una vez que fuimos mayores las cosas cambiaron, hoy día vivíamos juntas en un apartamento en la ciudad y teníamos una relación bastante aceptable.
Y digo bastante aceptable, porque trabajábamos en el mismo hospital, ella era médico, yo, enfermera. Claro, al haber diferentes jerarquías, era difícil aceptar la cadena de mando para mí, sobre todo cuando muchas veces no tenía razón. Hubo un problema insalvable y decidimos de común acuerdo que una de las dos tenía que buscar otro apartamento. Para no complicar mas la situación, le dije que yo me marchaba, pues tenía más facilidad para pedir traslado en el hospital.
Así que me trasladé sin grandes problemas a una ciudad cercana y empecé a trabajar en otro hospital. Llevaba un mes trabajando y me di cuenta cuanto la echaba de menos. Un fin de semana fui a verla, ella tenía los mismos sentimientos que yo, lo hablamos y volví de nuevo, a casa.
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