martes, 1 de febrero de 2011

CLAUDIA Y YO.

                      Impalpable y sutil, casi invisible, era lo que yo dejaba entrever que sentía por aquella persona. No quería que mis sentimientos y emociones se vieran afectadas por una frustación que resaltaría en cualquier momento, de tan viva y ardiente. Pero los afectos funcionan de esa manera, ya hubiera querido yo que fueran de otra forma más delicada y no con una energía tan impetuosa.
                             Al darme cuenta de lo que estaba sintiendo por Claudia, procuré contener esos impulsos, me daba la impresión que en cualquier situación, la gente se daría cuenta de lo que sentía por ella. Pero entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que también ella albergaba algún sentimiento hacia mi. Lo notaba en pequeños detalles que para otros no tendría mayor importancia, pero yo sabía que lo que estaba pensando no era ninguna tontería.
                                Era una mujer delicada y sensible, de piel blanca y pelo rojo como los cuadros antiguos y como ellos, no era de una delgadez absoluta, a la moda, sino que sus curvas se marcaban a través de la ropa, caderas anchas, y huesos fuertes. Me fascinaba aquel pelo largo, que formaba ondas cayendo a lo largo de sus hombros. Le gustaba vestir con faldas largas con flores y jerseys flojos, hasta en eso me gustaba.
                             Tuvimos ocasión de decirnos lo que sentíamos el uno por el otro, nos enamoramos, nos quisimos con una intensidad que nunca nos imaginamos. Claudia y yo formamos una pareja estable durante mucho, mucho tiempo.
                                       

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