Desde siempre viví en una gran ciudad, desde siempre, deseé tener una hermosa casa en el campo, alejada del mundanal ruido, con su huerto y árboles frutales. Cuando se lo dije a mi marido, le entusiasmó la idea, también él venía de una ciudad contaminada y deseaba la paz del campo.
Empezamos la búsqueda de la casa de nuestros sueños y dos meses más tarde, la encontramos. Fuimos con la señora de la inmobiliaria, ella era un poco reacia a que la viéramos, pues decía que si estaba muy lejos y un poco descuidada, pero a nosotros, eso nos agradó, así que nos pusimos en marcha. Cincuenta kilómetros del lugar más cercano, no nos parecieron muchos. El lugar, era en verdad, seco e inhóspito, un calor agobiante, propio de la temporada, imperaba y lo peor era la humedad. Paramos ante una verja de enormes proporciones, la señora de la inmobiliaria, bajó del coche y la abrió con una gruesa llave, pasamos con el cuatro por cuatro por un sendero igual de seco que el ambiente, pero un cien metros después, se empezó a notar el cambio, ya que la vegetación se fue transformando y se notaba incluso en el aire.
Medio kilómetro después, la sorpresa nos podía, pues árboles de increíble verdor, con frutos de todo tipo, aire puro y limpio, no nos lo podíamos creer, el lugar de nuestro sueños. Otros quinientos metros después y al dar la vuelta a un recodo, apareció la casa.
Llamarla casa, era quedarse corto, era una mansión enorme, cubierta de hiedra, tejas de color rojo y ventanas de madera. Alrededor, un porche daba la vuelta, amplio, en el habían butacas de madera y algunas mesas y sillas. Mi marido y yo, bajamos lentamente del coche y mirábamos embobados la casa. Nos la quedamos. Un mes después de pocos arreglos, empezamos a vivir en ella.
Llevábamos dos semanas y nuestra felicidad era completa, incluso pensábamos encargar un bebé, ya se nos apetecía después de dos años de matrimonio. Entonces....
Empezaron los ruidos por la noche, si, unos extraños ruidos que al principio, lo típico, que si las maderas de una casa antigua, que si las cañerías viejas, hasta que ya fueron tan tétricos y poco comunes, que el miedo nos invadió.
Decidimos que esa era la última noche que pasaríamos en la casa y que al día siguiente, ya veríamos. Por supuesto, de dormir, nada, toda la noche en vela esperando los horrorosos sonidos que parecían de muerte. De madrugada, nos venció el sueño, tumbados encima de la cama, con la ropa puesta, muertos de miedo. El grito tan atroz que nos despertó, nos hizo levantar de un salto, corrimos hacia la puerta de salida, a nuestras espaldas, oíamos las puertas que se abrían y cerraban, golpeando frenéticamente. Al llegar abajo, intentamos abrir la puerta, imposible, gritos, voces y sonidos de todo tipo a nuestro alrededor, lo peor era la oscuridad que nos envolvía, nuestros propios gritos se unían a los otros. De repente, la puerta se abrió, una espesa niebla cubría toda la arboleda, corrimos por el sendero hasta la carretera y seguimos corriendo como locos enfebrecidos no se cuanto tiempo más, estaba amaneciendo, un pastor con un pequeño grupo de ovejas se acercaba, exhaustos, pedimos ayuda con las pocas fuerzas que nos quedaban, nos preguntó que de donde veníamos, al decírselo, comentó ¿ que casa ? ¿esa que está en el sendero donde antiguamente se construyó un cementerio?.
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