El día de mi treinta y cinco cumpleaños, se presentaba divertido y alegre como casi todos. Me sentía feliz de tener la edad que tenía, la cara y el cuerpo y me ayudaba el trabajo, la familia, los amigos, y, por supuesto, Clemente, mi novio desde hacía seis meses. Que no me estoy preocupando de mi salud física o emocional, está claro, en ese entonces, no solía aguarme la fiesta tamañas pequeñeces, después, cambié de opinión.
Conocí a Clemente en el trabajo, era mi jefe inmediato, serio y circunspecto, pero endiabladamente guapo. No me costó demasiado hacerle ver lo maravillosa que es la vida en una cama, acompañado de otra persona, estuvo de acuerdo conmigo en casi todo. Siempre pensé que llegué a su vida en el momento adecuado, no fue hombre de muchas mujeres, su carácter se lo impedía, pero el mío lanzado y listo para el ataque era lo que él necesitaba.
Pero Clemente, estaba madurando a pasos agigantados, buena parte se la había enseñado yo, pero el resto, lo iba aprendiendo él, por si sólo. No me gustaba ese aprendizaje autodidacta, tenía sus propias formas de ver y entender las cosas, que hasta ahora no había mostrado.
Cuando el día de mi cumpleaños, yo casi estaba dispuesta, a anunciar nuestro compromiso, se levantó y acercándose al micrófono, simplemente anunció nuestra separación.
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