Su cintura, cálida y estrecha, me hacía soñar con el simple y natural deseo de posar mi mano en ella. La veía a diario, con ese caminar, que de tan discreto que quería parecer, lo único que conseguía era que el mundo entero, al unísono, moviera la cabeza a su paso, sólo para sentir la cadencia de sus caderas y sus largas piernas, que en la imaginación de los que la mirábamos, nos sintiéramos privilegiados simplemente por el hecho de poder verla. Era realmente perfecta. No había en ella, nada que uno pudiera desdecir, hasta nos gustaba sus pechos, de perfecto tamaño, su pelo, con aquel brillo inusual. Su cara, era un poco basta, quizá los labios demasiado gruesos, o eran los ojos un tanto inexpresivos, pero, una vez que pensábamos en ella en la cama, sin ropa, con aquel cuerpo tan especial, nada nos importaba.
Allí sentado, mientras pensaba en ella, tambien pensaba en la imaginación desbordante que me invadía al mirarla, me dije a mi mismo, que, o eran los años que pasaban por mi vida e iban haciendo su efecto, o era que quizá estaba contrayendo algún virus de esos raros, pero mis amigos estaban al mismo nivel que yo, o sea que estábamos todos más ó menos en la misma onda.
Al día siguiente, nos reunimos en mi casa, les expliqué mis dudas y se rieron de mí, al rato, decidímos ir a verla, nos asomamos con cautela a mi dormitorio, en donde la la muñeca que me habían regalado por mi cumpleaños, yacía en mi cama, su boca abierta, su enorme tamaño, decía su procedencia.
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