Recordaré siempre aquel día del verano pasado, cuando los dos eramos una pareja de novios clásicos y formales, disponiéndolo todo para una boda cercana, que nos llenaba de ilusión y futuras perspectivas de familia. Pero no llegamos ni siquiera a pasar por la iglesia, de repente, la situación que se veía tan idílica, sufrió un giro de ciento ochenta grados y todo empezó cuando llegó aquel hombre desconocido al pueblo. Bernardo era vital y absorbente, no era nada parecido a mí, que era de naturaleza tranquila y sosegada. Él tenía un carácter intenso y fuerte, llamaba la atención por doquier, cualquier lugar que pisaba parecía que dejaba su huella. Claro, pasado el tiempo, pensé que era difícil que una mujer se pudiera resistir a un hombre de esas características. Y, por supuesto, la que iba a ser la mía no sólo no se resistió, sino que se lanzó a una relación con él, estando todavía conmigo. Viviana no era así, la conocía bien, aquel tipo la enloqueció, no comprendía. Mi paño de lágrimas, mi refugio, fue la hermana de Viviana, ella tampoco comprendía del todo la reacción, entre los dos, intentábamos entender, pero era casi imposible. Meses después, el dolor era menos intenso, el pesar se había ido difuminando de una forma como sólo sabe hacerlo la naturaleza, ayudando a que sobrevivamos. Grisela y yo, entablamos una amistad que de tan intensa, se convirtió en parte primordial de nuestras vidas. Un año mas tarde, aquella amistad, era un amor puro y auténtico, que nos llevó a una boda que deseábamos fervientemente.
Dejamos atrás recuerdos y emociones pasadas, empezamos nuestra nueva vida sólo nosotros dos, el uno para el otro, agradecidos de haber vivido lo pasado y pensando nada mas que en el futuro.
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