martes, 13 de septiembre de 2011

El chamán.

                                          Hay momentos en la vida, que atreverse a hacer algo es una temeridad, pero a veces, el riesgo es la mejor decisión, ya lo dice el refrán, "quien no se arriesga, no cruza el charco". Eso fue lo que me pasó cuando me ofrecieron aquel trabajo, me arriesgué. 
                            No fue mala idea, al menos no en principio, es cierto que después de un tiempo de estar en aquel país desconocido, empecé a echar de menos un montón de cosa y de gente, pero ahí, apareció Francisco. Lo conocí de la forma más absurda. en una parada de tren, se encontraba delante de mí, mirando hacia el futuro, así fue como lo etiqueté después. A los pocos minutos, se volvió hacia mí y mirándome a los ojos me dijo:
                -- Esa tristeza que llevas grabada en la frente, no es buena para tí. 
                    Y con las mismas subió a su vagón. Dos días más tarde, lo vi en el mismo lugar, esa vez no habló, sólo me entregó un papel con una dirección escrita y desapareció.
                   Durante un tiempo me olvidé de él, pero un día que estaba arreglando un ropero, el papelito cayó como por ensalmo. Entonces decidí ir a verlo.
                      Francisco era un chamán, vivía en una pequeña cabaña rodeada de otras iguales, cuando me vio sólo dos palabras:
                         --Estabas tardando.
                         A partir de ese día, empezamos a vernos a diario, el trayecto era largo, pero lo hacía con gusto para estar un rato con él. En el décimo día me sugirió que fuera a vivir a una de las cabañas durante un tiempo, que sólo de esa forma me podría hacer contactar conmigo misma.
                            Lo sucedido entre los dos, lo contaré cuando termine mi iniciación.

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