viernes, 18 de mayo de 2012

Quereres.




                     Ciñó su cintura con mano experta y la atrajo hacia él, y mientras buscaba sus labios con fervor sus manos jugueteaban con su cuello y pelo. Ella se dejaba hacer mientras musitaba alguna frase, una sonrisa, un estate quieto que quería decir todo lo contrario, pues mientras tanto sus dedos entrelazaban  su pelo y lo acariciaban con ese frenesí como  sólo los amantes saben.
                      Se querían hasta la saciedad, les gustaba todo a uno del otro. Ella adoraba sus ojos negros y sus pestañas rizadas que con cualquier movimiento marcaban sombras oscuras bajo sus párpados, adoraba su nariz  larga y recta y sus labios firmes, que denotaban el carácter de su propietario.
                  A él le gustaba la sensación de ternura que emanaba de ella, la suavidad de sus movimientos y la curvatura de sus caderas, su  risa franca y directa y la sonrisa indefinida.
                          El tiempo que habían pasado juntos no había mermado en nada la capacidad de amar de uno y otro todo lo contrario la había exacerbado, pues cada día encontraban nuevas formas para quererse.
                     Y el tiempo pasó, llenándolos de hijos y bienaventuranzas.
                      A diario agradecían a la vida todo lo que les había dado, porque llegar a los años que tenían con el amor que compartían, no era tarea fácil, pero ellos... lo habían conseguido. 

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