Hola, me llamo Nala y soy una perra de casi dos años.
Llevaba dos días en el albergue municipal de Bañaderos, cuando fui adoptada. Sé que me acogieron por pena, escuché decir al chico que ahora es mi dueño, —mamá, si no nos la llevamos no creo que duré mucho aquí.
Creo que tenía razón, pues en la jaula que me tocó, de cuatro por cuatro, éramos seis perros, a cada cual más fuerte y agresivo. Yo permanecía en un rincón temblando y llorando. Nos acercábamos a las rejas en cuanto pasaba alguien, mendigando una caricia. Bueno, yo, no, los demás me empujaban y mordían para poder ser ellos los primeros. Prima la ley del más fuerte.
El albergue de Bañaderos no tiene suficiente personal, los que están, hacen lo que pueden, la subvención del Cabildo no da para contratar más gente y los cuatrocientos y pico perros que allí se encuentran no están bien atendidos.
Hay uno o dos veterinarios a los que no da tiempo material para cuidarnos mejor.
El día que me adoptaron, nos revolcábamos en nuestras propias secreciones, pues el voluntario de la tarde no pudo acudir a limpiar las jaulas, vómitos y cacas formaban nuestro lecho.
La cuestión es que mi suerte ha cambiado, ahora con mi nueva familia me siento querida y cuidada, me dan el cariño que no recibí de mi anterior dueño, me presentan a los demás como un nuevo miembro de la familia.
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