Asomada a la ventana del hotel, miraba insistentemente la autopista, cuando apareciera el coche rojo de Jorge, no dudaba que lo vería. Entré a buscar un cigarro con desespero, ya llevaba una hora de retraso. Me sobresaltó un toque en la puerta y pasó el camarero con el carrito de la cena, tanto preparativo para nada, pensé, si hoy me volvía a fallar, tomaría una decisión.
Ocho años de matrimonio, le había aguantado todo tipo de infidelidades y ahora, cuando fue él, el que propuso el viaje, diciéndome que teníamos que hablar de un tema muy serio, no aparecía. Casi me hice la ilusión que quería empezar de nuevo, cuando me llamó, lo escuché ilusionado y contento, una vez más, me equivoqué.
Tocaron de nuevo en la puerta, el camarero a retirar la cena, le dije que viniera más tarde, aún tenía esperanzas de que viniera.
No obstante, lo que él no sabía, era que yo había pensado muy mucho en nuestro futuro. No iba a dejar que siguiera malgastando mi dinero con sus amiguitas de turno, sus viajes que duraban días y compras desenfrenadas, de ninguna manera. Había contratado un sicario.
No lo hice directamente, sino por medio de una tercera persona, pero estaba todo previsto. Una llamada telefónica bastaría. Al volver a casa, simulando un robo. Tiempo atrás me hubiera dado miedo pensar de esa forma, pero él me acostumbró.
Dos horas más tarde, bajé a cenar al restaurante, convenía que me vieran, la pobre señora cuyo marido no acudió a la cena y tuvo que hacerlo sola. Al acabar de cenar, di un paseo cerca del mar, me convenía despejarme, se lo dije al conserje y salí.
Al llegar de nuevo al hotel, me esperaba la policía. El camarero había ido a retirar la bandeja de la cena y había encontrado a mi marido, asesinado. La principal sospechosa, era yo.
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